La Iglesia defiende los derechos de aquellos que no pueden hacerlo
No es cuestión de aprobar o no aprobar el aborto. La Iglesia no trata de imponer sus ideas, sino que considera su deber ayudar al hombre y defender los derechos de aquellos que no pueden hacerlo por sí mismos, en este caso, los niños no nacidos. La Iglesia valora como el mayor don la vida y busca protegerla y fomentarla, enseñando al hombre el verdadero valor de la vida. Una visión errada puede llevar a la distorsión y a la destrucción de los valores humanos inherentes a la persona, con el riesgo de deshumanizar al mundo.
El hombre es libre. Esa libertad ha sido la gran conquista de nuestro tiempo. Libertad y progreso son justamente las dos banderas que enarbolan quienes luchan por una legislación pro -abortista. Nadie pone en duda que el redescubrimiento del valor, de la dignidad y del papel de la mujer en la sociedad deban ser defendidos.
Y aquí está el punto. Cuando se habla de «aborto sí» o «aborto no», se toma en cuenta sólo los derecho de una sola de las partes. Con mucha facilidad se olvida de la otra persona que la mujer lleva dentro.
Desde el plano médico-legal, todo se juega en el prejuicio de no reconocerle entidad al niño -o la niña- que se porta en el seno.
En buena lógica, parecería justo decir que si el hombre no es capaz de crear la vida, no le es tampoco lícito el destruirla a beneplácito, como si fuera su dueño. Para el creyente la cosa es más sencilla, pues sabe que la vida le viene de Dios; que es un don, más aún, el don más maravilloso de todos los dones. La donación es siempre muestra signo de amor. Por lo mismo, la concepción siempre debiera ser fruto del amor, pero amor del verdadero. Ese amor que no permite hablar de interrupción voluntaria de la gravidez, de mujer o producto o feto… Las palabras que entiende son madre y padre que esperan y reciben como don de Dios a un hijo muy amado. Desgraciadamente, muchas veces una nueva vida no es fruto del amor, pero aun así es una nueva vida que tiene el derecho de nacer.
Hablemos como dos amigos. Si yo te preguntara por la persona a la que más amas, estimas tu cantante favorito, el futbolista preferido, tu pastel inolvidable, me dirías sus nombres sin interrupción en el menor tiempo posible. Si te preguntara de igual manera por los que peor te caen, tal vez me los dirías en menos tiempo todavía. Y si ahora te diera la posibilidad de elegir que uno de estos dos grupos no existiera, que desapareciera instantáneamente… no necesito escuchar tu respuesta, ya sé cuál has seleccionado. Tus gustos son evidentes, te traicionan, también los caprichos y tus conveniencias y tus molestias. ¿Alguien te obligó a elegirlos?
Aborto tiene 6 letras igual que muerte. ¿Suficiente? Generalmente no se agrede a quien más se ama y menos a su vida, don exclusivo de Dios; si así lo intentaras tu apreciado “amigo” de inmediato buscaría defenderse. La vida inicia desde el momento de la concepción, dando origen y creando las condiciones necesarias que se realice una persona. En cualquier momento de su desarrollo que se vea interrumpido, se mata a una persona. Si no se dan las condiciones, la naturaleza es la encargada de esa interrupción no querida por la madre.
Creo que apoyar y luchar por los que no pueden hacerlo en su infinita y silenciosa pequeñez -contra el capricho, la comodidad, la conveniencia, el gusto de otros-, no es la imposición de un grupo sino el deber y derecho de toda persona.
By: Florentino Juárez | Fuente: es.catholic.net