Cuando Dios creó al hombre a ‘imagen suya’ no ‘imaginaba’ ciertamente todas las consecuencias que iba a desatar en él. Una huella de su imagen en el hombre es, indudablemente, el don de la ‘libertad’. Se trata de esa eximia facultad por la cual el hombre puede auto determinarse, o sea, ser ‘padre’ de sus propios actos y responder por ellos. Inherente a ella y a su autenticidad es el impulso hacia el bien. Jamás hacia el mal. Por tanto, la libertad será auténtica y humana únicamente cuando es ejercida en orden al bien y a la verdad de las cosas; será ‘falsa’ e inhumana si ejercida en contra del ‘bien’ y de la ‘verdad’ de las cosas.
La ‘verdad’ nos hace libres.
No por nada, Jesús decía que “la Verdad os hará libres”. En efecto, persona ‘responsable’ es aquella que ejerce su libre albedrío dentro de los confines de la verdad; ‘irresponsable’ aquella que la ejerce en contra de la verdad de ‘lo que es’ y que está llamada a ser por Nuestro Señor. Si se han fijado, estoy hablando de la ‘libertad moral’, es decir, aquella que consiste en aprender a elegir, siempre y espontáneamente, en orden al bien y a la verdad: meta no tan fácil por cierto. Es que la libertad moral, en efecto, exige disciplina, esfuerzo, perseverancia y conocimiento’ de la verdad: virtudes, por cierto, un tantito ‘descontinuadas’ en estos tiempos ‘líquidos’, o sea, sin nada de sólido. Es lastimoso, por cierto, no poder ya contar con valores morales universales, principios objetivos e instituciones sociales firmes.
La santidad: camino de libertad.
Pensando en grande, resulta que es ‘la Santidad’ el camino de altura que permite al creyente ser plena y satisfactoriamente libre. Seguir los pasos del Señor, viviendo su enseñanza de amor y cumpliendo sus exhortaciones evangélicas, significa alcanzar máxima libertad y santidad. Él es, por cierto, el ‘Esplendor de la Verdad’. Además, aceptarlo como verdad no disminuye el espacio de nuestra libertad; más bien, lo dilata y amplifica. Hay quien, equivocadamente, piensa que ser libre significa poder hacer todo lo que se le antoje a uno, sin límite alguno, y no se da cuenta de su error hasta que es demasiado tarde; hasta no poder encontrar ya el camino del retorno y evitar su destrucción física, moral y espiritual. Debemos reconocer, también, que la ‘ley de Dios’ no atenúa ni elimina la libertad del hombre, al contrario, la garantiza y promueve en orden a su realización y felicidad. Sin olvidarnos, desde luego, que nuestra libertad está inclinada, misteriosamente, a traicionar la apertura del hombre a lo Verdadero y al Bien.
Las verdades concretas de todos los días.
El ‘mal oscuro’ de la sociedad contemporánea parece estar relacionado con un concepto trastornado e irreal de ‘libertad absoluta’, o sea, sin ningún nexo con las verdades concretas con las que convivimos cotidianamente. Sin embargo, el ejercicio de la libertad, desvinculado de la verdad, resulta ser nefasto. En efecto, constatamos sus efectos en todos los campos de la vida personal y social. Devastadora es ‘la política’, si su ejercicio no se sujeta a la ‘verdad política’, o sea, a buscar y realizar con justicia y equidad el ‘bien común’; devastadora es ‘la economía’, si su ejercicio no se sujeta a la ‘verdad económica’, o sea, a la satisfacción de las necesidades de toda persona y de todas las personas, en el escrupuloso respeto de los bienes no renovables; devastadora es ‘la religión’, si su ejercicio no se sujeta a la ‘verdad de Dios’; denigrante, en fin, es la vivencia de ‘la sexualidad’ desconectada de su verdad que es el amor auténtico, etc.
Las libertades básicas, los ‘derechos humanos’ verdaderos y falsos.
Además, relacionados con la libertad, existen ‘derechos’ humanos básicos que, para garantizar la paz social y el verdadero bien común, no se pueden pisotear. Me refiero al derecho sacrosanto a la vida y a las ‘libertades’ inherentes a la naturaleza humana y que al Estado le corresponde únicamente tutelar y no otorgar: libertad de conciencia y religiosa, libertad de amar, pensar y expresarse, libertad de asociación, política, artística, etc. Desde luego, cada una de las libertades debe ejercerse dentro del confín de la verdad y del bien. Pensarlas sin límites resultaría nefasto e inventar ‘nuevos derechos’, como al aborto, al útero subrogado, al matrimonio no heterosexual, al poli-amor, al hijo a la carta y a la preferencia sexual, entre otros, seria por lo menos cínico y socialmente devastador. En efecto, ninguno de estos nuevos y ‘falsos derechos’ tiene un fundamento antropológico cierto y razonable.
Conclusión.
Un antiguo lema afirma que “para un barco sin rumbo cualquier viento es correcto”. Hoy, se me hace que estamos viviendo en una sociedad que navega sin rumbo y que ha perdido la brújula; una sociedad que ha dejado la gestión de la libertad a la arbitrariedad y, por tanto, se encuentra sin esperanza. ¿Qué te parece?
by Padre MARSICH, Asesor Espiritual del Consejo de Analistas Católicos de México.