Papa Francisco en su mensaje de inicio de cuaresma nos dice: << Dios se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza >>. Mientras Benedicto XVI, nos hablaba de la caridad, oración y ayuno, como armas espirituales para combatir el mal. Son los tres aspectos señalados en el Evangelio. Con la procesión penitencial hemos entrado en el austero clima de la Cuaresma y, al introducirnos en la celebración eucarística, oramos para que el Señor ayude al pueblo cristiano a «iniciar un camino de auténtica conversión para afrontar victoriosamente, con las armas de la penitencia, el combate contra el espíritu del mal»
La oración, el ayuno y la limosna constituyen los ejes de la Cuaresma, que unen a modo de cruz la tendencia hacia arriba, la verticalidad de la adoración, a la horizontalidad de la fraternidad, y ambas se necesitan mutuamente, como queda reflejado en el precepto del amor en sus dos vertientes de amor a Dios y a los demás.
Al recibir la ceniza en nuestra cabeza, volveremos a escuchar una clara invitación a la conversión, que puede expresarse con dos fórmulas distintas: «Convertíos y creed el Evangelio» o «Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás». Precisamente por la riqueza de los símbolos y de los textos bíblicos y litúrgicos, el miércoles de Ceniza se considera la «puerta» de la Cuaresma. En efecto, esta liturgia y los gestos que la caracterizan forman un conjunto que anticipa de modo sintético la fisonomía misma de todo el período cuaresmal. En su tradición, la Iglesia no se limita a ofrecernos la temática litúrgica y espiritual del itinerario cuaresmal; además, nos indica los instrumentos ascéticos y prácticos para recorrerlo fructuosamente.
«Convertíos a mí de todo corazón, con ayuno, con llanto, con luto». Con estas palabras comienza la primera lectura, tomada del libro del profeta Joel (Jl 2, 12). Los sufrimientos, las calamidades que afligían en ese período a la tierra de Judá impulsan al autor sagrado a invitar al pueblo elegido a la conversión, es decir, a volver con confianza filial al Señor, rasgando el corazón, no las vestiduras. En efecto, Dios -recuerda el profeta- «es compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad, y se arrepiente de las amenazas» (Jl 2, 13).
Tenemos cuarenta días para profundizar en esta extraordinaria experiencia espiritual y Jesús nos indica cuáles son los instrumentos útiles para realizar la auténtica renovación interior y comunitaria: las obras de caridad (limosna), la oración y la penitencia (el ayuno). Son las tres prácticas fundamentales, también propias de la tradición judía, porque contribuyen a purificar al hombre ante Dios (cf. Mt 6, 1-6. 16-18).
Esos gestos exteriores, se deben realizar para agradar a Dios y no para lograr la aprobación y el consenso de los hombres, son gratos a Dios si expresan la disposición del corazón para servirle sólo a él, con sencillez y generosidad. Nos lo recuerda uno de los Prefacios cuaresmales, en el que, a propósito del ayuno, leemos esta singular afirmación: «ieiunio… mentem elevas», «con el ayuno…, elevas nuestro espíritu».
By Prefacio IV de Cuaresma.