En tiempos del Coronavirus, la Iglesia tiene que ser más que nunca ‘hospital de campaña’ y actuar institucionalmente con caridad. Predicar, sí. Mensajes, sí. Resonar las campanas, sí, pero siempre que las palabras y los gestos simbólicos vayan acompañados de otros reales.
En medio de la pandemia del coronavirus, la Iglesia tiene que volver a ser la buena samaritana, que se para ante el enfermo, lo recoge, lo lleva al hospital, paga su curación y vuelve para seguir acompañándolo.
Porque la Iglesia se juega su credibilidad social, quizás de manera definitiva. Todas las encuestas en confianza social sitúan a la institución eclesial en los últimos puestos, junto a los políticos. Una catástrofe como ésta puede ser, por una parte, un kairós para la Iglesia y, por la otra, una oportunidad única, un agente pastoral extraordinario.
Con dos objetivos. El primero, ser buenos samaritanos, que es a lo que nos obliga el ser seguidores del Nazareno. Y el segundo, que todo el mundo se entere que hay muchos católicos, curas, frailes, monjas y obispos, dispuestos a jugarse la vida por los demás. Ni más ni menos. Solo que ellos quieren cultivar empatía, acompañar, consolar y transmitir esperanza, que tanta falta nos hace.
El Papa Francisco al igual que todos, está preocupado por la actitud que debe adoptar como institución eclesial. Por un lado, cierra el Vaticano y se recluye como cualquier ciudadano y, por el otro, sale a la calle y visita al Cristo de la Peste y a la Virgen de la Salud, para contagiar esperanza. Por un lado, apoya las decisiones de las autoridades y, por otro, dice a sus curas que no se encierren, que salgan a las calles a acompañar y consolar a la gente.
Así, el Papa alienta la cuarentena por un lado y, por el otro, quiere y pide valentía a sus obispos, curas, frailes y monjas. “Quisiera agradecer la creatividad de los sacerdotes y obispos, que piensan en mil formas de estar cerca de sus feligreses, para que no se sienta abandonados”, dijo recientemente. Y añadió que, a su juicio, los clérigos tienen que estar consumidos “por el celo apostólico”, porque “en tiempos de pandemia no pueden ser Don Abundio», un sacerdote sin vocación, vil y cobarde, en alusión al personaje del libro de Alessandro Manzoni ‘I promessi sposi’.
Es tiempo de asumir las medidas de prevención, sin dejar de un lado el amor al prójimo, la cercanía y el apoyo que necesitan los más vulnerables. Oremos para que esto termine pronto.
¡Dios les bendiga siempre!
#Desdelasredes #Siguiendosushuellastv
Fuente: Religión Digital.